Un SVE en Polonia
Soy Irene Muñoz, española y boquerona de 18 años que está realizando su SVE en Michalowo, Bialystok, al este de Polonia. Un pueblo perdido a 20 km de Bielorrusia sin apenas nada pero que me lo está dando todo.
Llegué aquí hace 3 meses. No conseguí entrar en mi Universidad y qué mejor forma de esperar un año que viajando y ayudando a los demás.
Bueno, esa era mi idea antes de venir, pero la verdad es que todo ello me está ayudando a mí más que a ellos.
Eso de montarte en un avión sin ser realmente consciente de a dónde te está llevando te hace ser mucho más consciente de todo, incluso de ti.
No supe realmente donde estaba hasta que no pasó el primer mes. Todo es demasiado diferente. El idioma, las costumbres, la gente, ¡el tiempo!
Vives cosas que jamás hubieras imaginado. Eso de verlo todo blanco ya no es cosa de películas. He sentido el frío de verdad, los -25ºC. Eso de quitarte los zapatos antes de entrar a cualquier casa. De comértelo todo porque si no es una ofensa y dar las gracias cuando te levantas de la mesa. Encender el fuego todos los días y controlarlo cada 20 minutos para simplemente poder estar a gusto en tu propia casa y poder ducharte. O la importancia en tu día a día del cuarto idioma más difícil del mundo en un pueblo en el que no hablan inglés.
Todo esto es vivir en otro mundo. Puede que algunos piensen que da un poco de miedo, pero os aseguro que mucha gente con sus pequeños gestos os harán cada uno de esos días un poco más soleado.
Da igual donde estén. Puede ser hasta un cartel de bienvenida a casa de tu compañera, que el dueño de tu casa y vecino te encienda el fuego de tu casa cuando no estés y te traigan comida caliente cuando llegas de hacer las actividades, que tu tutor te escriba y se interese por ti más allá de su trabajo, que te pongan un té en el tuyo cada mañana, o tener el armario lleno de dibujos de tus niños.
Tengo miles de momentos que valen muchísimo más de cada proyecto que intento hacer por ellos, y es que este tipos de cosas no tienen precio.
Espero que algún día podáis ser la mitad de afortunados que estoy siendo yo con todo esto. Es una experiencia que a mi parecer, y a la de muchos de mis compañeros voluntarios -a los que hoy en día podría llamar perfectamente familia-, debería ser obligatoria e indispensable en la vida de cualquier persona. Porque aquí, codo con codo, es donde reside la auténtica felicidad.